El codo de los Andes en Bolivia: Samaipatá, Santa Cruz y refugio Los Volcanes

La cordillera más larga del mundo cambia de dirección en el corazón de Bolivia. Al llegar a Santa Cruz, los Andes se alinean con los meridianos para comenzar su viaje hacia el sur. El Fuerte de Samaipata, el parque Lomas de Arena y el refugio Los Volcanes, son solo algunos de los atractivos que presume el llamado codo de los Andes.

 
Mirador en la carretera que conecta a Santa Cruz con el refugio Los Volcanes, en el parque nacional Amboró.

Mirador en la carretera que conecta a Santa Cruz con el refugio Los Volcanes, en el parque nacional Amboró.

Dunas móviles en el parque regional Lomas de Arena, 18 kilómetros al sur de Santa Cruz.

Dunas móviles en el parque regional Lomas de Arena, 18 kilómetros al sur de Santa Cruz.

 

Pensé que sería difícil convencer a algún amigo de viajar conmigo a Bolivia. Y no, bastó con la pregunta. Esa fue la primera de muchas equivocaciones afortunadas que, lideradas por ignorancia intrépida, nos llevaron a descubrir los atractivos naturales del codo de los Andes.

La idea era recorrer, en una semana, los 850 kilómetros que separan a Santa Cruz de La Paz. De ser posible, decía mi amiga, con una desviación para visitar el salar de Uyuni. En eso también nos equivocamos. A duras penas salimos del departamento de Santa Cruz. Y lo más cerca que estuvimos de Uyuni fue en un restaurante en el que, sin querer, vaciamos un salero mal cerrado en la pizza más triste del mundo.

Entregados a la inercia accedimos a dormir en un lugar que nos vendieron como el nido de serpientes del mundo. También nos atascamos en un par de dunas de arena y recorrimos carreteras de las que salimos por suerte. Nuestra confianza ciega en el kilometraje entre Santa Cruz y La Paz nos obligó a comprar vuelos caros de último minuto. Y sin embargo, regresamos a casa con un solo pesar: ¿solo siete días de viaje? Ese sí que es un lamento boliviano.

 
Frutas y verduras locales, incluidas papas de colores, en el mercado de Samaipata.

Frutas y verduras locales, incluidas papas de colores, en el mercado de Samaipata.

 

Lomas de Arena:
Actividades en las dunas de Santa Cruz

Llegamos a Santa Cruz de la Sierra con el nombre de un hotel reservado pocas horas antes del vuelo. La dirección no basta para ubicar al conductor de un taxi a medio camino entre un DeLorean y un troncomóvil. Poco a poco, la oscuridad de la noche cede terreno a los edificios que viven en eterna construcción y a las cisternas que sirven como elementos decorativos. A la luz del sol, Santa Cruz se presenta como otra ciudad presa de las promesas incumplidas del progreso latinoamericano.

Alguna vez alguien tuvo la idea desatinada de afirmar que Santa Cruz es la ciudad más europea de Bolivia. Ahora sus habitantes presumen el título como si se tratara de un logro. Las tierras cruceñas, con sus cafetales tropicales y sus carnavales cumbieros, no me parecen precisamente ibéricas. Mucho menos bálticas o escandinavas. Una caminata de medio día por el Centro Histórico sobra para ver teatros, museos y catedrales que nada tienen que ver con el otro lado del mundo.

Cuando cuatro personas seguidas nos recomiendan un centro comercial como el mayor atractivo cruceño, nos despedimos de la ciudad. 18 kilómetros al sur espera el parque regional Lomas de Arena, una reserva natural famosa por sus dunas. El viaje dura cerca de una hora, pero nosotros tardamos más porque la camioneta se queda atorada en un charco de lodo. Muy atorada.

 
Parque regional Lomas de Arena.

Parque regional Lomas de Arena.

 

Dejamos los zapatos en el campo de batalla y caminamos, con tablas en mano, hacia las lomas de arena. En el grupo, guiado por Daniel, somos nueve en total. Salvo por una pareja que llega poco después, no hay nadie. Cuesta trabajo pensar qué esconde el centro comercial capaz de impresionar más que las lagunas color turquesa, las dunas que alcanzan los diez metros de altura y los árboles que se abren paso entre la arena.

Daniel nos cuenta que las dunas son producto de ráfagas de viento. Todo lo que vemos era diferente hace tres meses y lo será de nuevo en tres más. El aire lleva y trae arena consigo moldeando, a su antojo, los paisajes efímeros del parque regional Lomas de Arena. Recorremos un par de kilómetros en busca de perezosos o ranas, pero apenas encontramos arañas, caracoles y dunas que sirven como toboganes improvisados.

Cuando el sol amenaza con irse, cambiamos el sandboarding por un rally todoterreno. La camioneta salió del primer charco para meterse en otro peor. ¿Qué tan peor? Solo un tractor puede salvarnos de peor. La visita de dos horas a Lomas de Arena dura casi tres. Cuando es irremediable, Daniel admite que llegaremos tarde a Santa Cruz. Ni hablar, tendremos que aprender a vivir sin conocer el Ventura Mall de la ciudad más europea de Bolivia.

 
Sandboard en las dunas del parque regional Lomas de Arena.

Sandboard en las dunas del parque regional Lomas de Arena.

Las dunas de Santa Cruz son formadas por las ráfagas de viento.

Las dunas de Santa Cruz son formadas por las ráfagas de viento.

 

Refugio Los Volcanes:
Ecoturismo en parque nacional Amboró

El refugio Los Volcanes, en el parque nacional Amboró, se encuentra tapizado de montañas, fauna endémica y más de 100 especies de orquídeas. Es el lugar perfecto para observar aves, nadar en cascadas naturales y hacer caminatas en el corazón del bosque. El problema con este refugio es que extrañamente tiene disponibilidad, la casa tiene seis habitaciones y se llenan rápido.

Llamamos a Los Volcanes en busca de un milagro y lo encontramos. El refugio tiene disponibilidad para una noche: la siguiente. “Se van a enamorar del valle y de sus microclimas ”, dice el hombre que confirma la reserva, “también de las serpientes, no por nada el lugar es conocido como el nido de víboras de Sudamérica”. Silencio incómodo.

Desde Santa Cruz, el camino toma más de tres horas. La ciudad tiene problemas de tráfico, los deslaves nos obligan a parar un par de ocasiones y el último tramo es sobre terracería. Las fábricas se desvanecen, la vegetación se adueña del camino y Santa Cruz se encoge ante la enormidad de las montañas. Un toborochi, árbol autóctono con tronco de forma caprichosa, indica que vamos por buen camino.

 
Refugio Los Volcanes en la zona sur del parque nacional Amboró, conocido también como el codo de los Andes.

Refugio Los Volcanes en la zona sur del parque nacional Amboró, conocido también como el codo de los Andes.

 

La desviación a Los Volcanes está cerca del pueblo de Bermejo. Nadie sabe exactamente cuántos kilómetros tiene el camino improvisado, pero todos hablan de los muchos años que tomó construirlo. Las vueltas pronunciadas conducen al parque nacional Amboró. En el codo de los Andes, la bienvenida corre por cuenta de pájaros coloridos y plantas como la huasca huasca, con la que los pueblos prehispánicos preparan jabón para el pelo.

El refugio Los Volcanes está compuesto por tres casas rústicas: una donde duermen los huéspedes, otra donde duerme el personal y una más que funciona como cocina. Antes de salir en busca de árboles que huelen a ajo y de urracas del Amazonas, es hora de comer. El menú incluye papas asadas, sopa de quínoa y achocha, una baya conocida como pepino boliviano que se come hervida y rellena de queso, guisos o verduras.

Con sus variaciones de altura, el codo de los Andes produce diferentes microclimas. Recorremos los senderos del refugio con la esperanza de encontrar coatíes, monos capuchino y osos hormigueros, pero tenemos que conformarnos con ranas y salamandras bien camufladas. La suerte que tuvimos con la disponibilidad no la tenemos con los mamíferos huidizos ni los bichos rastreros.

 
Urraca de cresta alborotada (Cyanocorax chrysops) en el refugio Los Volcanes.

Urraca de cresta alborotada (Cyanocorax chrysops) en el refugio Los Volcanes.

Senda Cafetal forma parte de los más de 15 kilómetros de senderos del refugio Los Volcanes.

Senda Cafetal forma parte de los más de 15 kilómetros de senderos del refugio Los Volcanes.

 

Turismo en Samaipata:
Mercado, Arqueología y mocochinchi

A unos días de haber llegado a Santa Cruz tenemos claro que será necesario comprar un vuelo para llegar a La Paz. Es eso o pasar tres días encerrados de camión en camión. Con el cambio de planes ponemos el ojo en Samaipata, un pueblo montés que hasta hace unos años apenas figuraba en el mapa. Su popularidad reciente se debe a la cercanía con El Fuerte, un centro ceremonial prehispánico declarado Patrimonio de la Humanidad en la década de 1990.

Llegamos a la zona arqueológica temprano. El camino, en construcción, contempla vueltas imposibles. Ya nos acostumbramos, es parte del encanto carretero andino. La zona arqueológica de El Fuerte es uno de los principales atractivos de Samaipata, pero la concurrencia sugiere lo contrario. No hay grupos escolares y las visitas se cuentan con las manos. En tiempos precolombinos el ruido habría sido mayor y eso no es algo que pueda decirse seguido.

El Fuerte de Samaipata concentra la mayor muestra de arquitectura rupestre conocida en Sudamérica. Entre complejos ceremoniales incaicos y rocas con incisiones en forma de puma, no puedo evitar las preguntas retóricas. Si con la tecnología actual nadie ha podido completar la carretera entre El Fuerte y Samaipata, ¿cómo construyeron algo así hace cientos de años?

 
Zona arqueológica El Fuerte de Samaipata.

Zona arqueológica El Fuerte de Samaipata.

 

De regreso en el pueblo nos encaminamos al mercado. Buscamos una sopa de maní, pero llegamos tarde a la repartición. Pasadas las dos de la tarde los puestos de comida preparada se quedan sin provisiones. Nos perdemos la comida tradicional de Samaipata, pero al menos llegamos al mercado callejero que reúne frutas, vegetales y granos de los productores regionales. Zapallos, cocos, maní natural, tomates, hierbas silvestres y una variedad increíble de papas nos abren el apetito.

Entre tiendas de artesanías y agencias de viaje encontramos una bebida tradicional preparada con durazno o damasco deshidratado, azúcar y canela. El trago es riquísimo, pero nos sabe agridulce. Deberíamos estar cerca de La Paz y el mocochinchi, elixir de los llanos bolivianos, nos recuerda que no hemos sido capaces de dejar el departamento de Santa Cruz.

 
Fachada tradicional en el pueblo de Samaipata.

Fachada tradicional en el pueblo de Samaipata.

Caffé Art, restaurante, taller y galería en el centro de Samaipata.

Caffé Art, restaurante, taller y galería en el centro de Samaipata.

 

Tips de viaje:

  • El aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz es el aeropuerto más grande de Bolivia. Recibe vuelos directos de Asunción, Bogotá, Buenos Aires, Lima, Madrid, Montevideo, Santiago y Panamá, entre otros.

  • Para llegar al refugio Los Volcanes y a Lomas de Arena hace falta conocer el camino y tener un coche todoterreno. Diferentes agencias de viaje, como Nick’s Adventures, ofrecen tours por día e itinerarios que incluyen hospedaje.

  • Santa Cruz de la Sierra, incluido el parque regional Lomas de Arena, tiene un clima tropical húmedo-seco. Las temperaturas rondan entre 15 y 26 °C en invierno y entre 25 y 31 °C en el verano. No está demás recordar que Bolivia está en el hemisferio sur y su invierno es el verano del norte.

  • Samaipata, con una diferencia de altura mayor a mil metros con respecto a Santa Cruz, tiene un clima distinto. Las temperaturas rondan entre 8 y 19 °C en invierno y entre 14 y 23 °C en verano.

  • En el pueblo de Samaipata se come muy bien. El mercado es famoso por su sopa de maní, La Chakana tiene opciones vegetarianas como sopa de quínoa y lasaña de verduras y Caffé Art tiene postres, café y bebidas tradicionales como el mocochinchi.

Curiosidades:

  • En Bolivia, a los taxis colectivos se les llama trufis. El término viene de las primeras letras de: taxi de ruta fija.

  • Bolivia y Paraguay son los únicos países de América que no tienen salida al mar.

  • En 2018 y 2019 entraron en circulación nuevos billetes de bolivianos. El reverso del billete de 20 bolivianos tiene la imagen de un árbol toborochi, el primo sudamericano del baobab.


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Publicado el 17 de mayo de 2021 por Marck Gutt | Don Viajes.
Última actualización: 17 de mayo de 2021.

Versión editada de una historia publicada en la revista Hotbook, invierno 2016.

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