Viaje a Batopilas, pueblo mágico en la sierra de Chihuahua

Perdido en un cañón de la Sierra Madre Occidental, en Chihuahua, el pueblo mágico de Batopilas esconde minas abandonadas, violines artesanales y destilados de agave lechuguilla. Más allá de las Barrancas del Cobre y el recorrido del Chepe, la sierra Rarámuri sorprende a las visitas con viajes en el tiempo.

 
Porfirio, con su vestimenta tradicional rarámuri, en la Sierra Madre Occidental de Chihuahua.

Porfirio, con su vestimenta tradicional rarámuri, en la Sierra Madre Occidental de Chihuahua.

 

En la década de 1890, este pueblo escondido en un cañón de la sierra de Chihuahua fue el segundo en México en iluminar la noche con electricidad. La Batopilas Mining Company se desbordaba en plata y la bonanza se veía en lujos que, entonces, eran exclusivos de las grandes ciudades. ¡Carros, pianos, candiles de cristal! Durante tres décadas Batopilas vivió entre derroche y excesos. Y un día, todo acabó.

El Porfiriato llegó a su fin y con él se fueron los lingotes, la luz eléctrica y el despilfarro. De los años de gloria quedan apenas los recuerdos y una casona, ahora un hotel desolado, que se niega a perder sus aires de abolengo. Las líneas fijas de teléfono, las gasolineras y los cajeros automáticos, en Batopilas son promesas de un futuro que se perdió en la inmensidad de la sierra. Y que camina, como la mayoría por estos senderos, sin zapatos y con la mirada cansada.

Quizás la riqueza vuelva algún día al pueblo mágico de Batopilas. Mientras, este rincón tropical de la sierra de Chihuahua espera con un trago de lechuguilla, el cantar de un violín serrano y lo único que nadie pudo llevarse del cañón: su grandeza.

 
El hotel Riverside Lodge, en el centro de Batopilas, atesora el pasado glorioso de las familias acaudaladas del pueblo.

El hotel Riverside Lodge, en el centro de Batopilas, atesora el pasado glorioso de las familias acaudaladas del pueblo.

Vista del cañón y el río de Batopilas flanqueado por las montañas de la Sierra Madre Occidental.

Vista del cañón y el río de Batopilas flanqueado por las montañas de la Sierra Madre Occidental.

 

Carretera a Batopilas:
El largo camino al olvido

Cerca de 400 kilómetros separan a Batopilas del aeropuerto de la ciudad de Chihuahua, el más cercano. La distancia sugiere un viaje de poco más de tres horas, pero son cerca de siete u ocho. Ningún kilometraje iluso está en condiciones de hacer sugerencias cuando se trata de cruzar barrancos y pendientes de terracería. Estoy en Creel, la capital del turismo serrano en Chihuahua. Desde aquí parte el único servicio de transporte público que comunica a Batopilas con el resto del mundo. Un camión diario, salvo en domingo, que ya se ha ido.

Apenas pasan de las ocho de la mañana y llegar al cañón parece imposible. No hay otro transporte, no hay otra ruta y no hay alternativa. No hasta que aparece un hombre de bigote y sombrero que conoce a Rita, la amiga con la que viajo. Una camioneta llena de asientos vacíos se anuncia milagrosa. “¿Necesitan raite?”, pregunta Martín, “voy de regreso a mi pueblo”. En el norte del país, producto de un inglés mexicanizado, a los aventones se les dice raite. Y sí, justamente eso es lo que necesitamos.

Poco a poco las planicies desaparecen y a medida que nos adentramos en la sierra los pueblos con nombres hispanos se esfuman. Santos y próceres revolucionarios ceden terreno a poblaciones como Cusárare y Nogorachi, de origen rarámuri. Las cinco horas que nos toma llegar al cañón pasan rápido. Las vistas son de una grandeza indescriptible y cuando comienza el descenso me encuentro con la que, hasta hoy, considero la carretera mexicana más bonita que he cruzado.

Martín aprovecha el camino para contar historias de su querido Batopilas. El hombre de bigote y sombrero administra su propio hotel en el cañón: el Real de Minas. Además, custodia el Riverside Lodge, un hotel apenas ocupado que sirvió como residencia de las familias más acaudaladas del pueblo. Un pueblo con tesoros escondidos de plata, pero sin un solo banco; con puentes construidos para los primeros coches del siglo XX, pero sin gasolineras. Solo al llegar el lugar se revela verdaderamente remoto. Batopilas está lejos de la ciudad, pero está todavía más lejos del presente.

 
Martín en uno de los miradores en la carretera serrana que conecta a Creel con Batopilas

Martín en uno de los miradores en la carretera serrana que conecta a Creel con Batopilas

Interior del hotel Riverside Lodge en el centro del pueblo mágico de Batopilas.

Interior del hotel Riverside Lodge en el centro del pueblo mágico de Batopilas.

 

El violín de Ramón:
Comunidad rarámuri de La Yerbabuena

El pueblo se camina en un par de horas. Tiene una plaza pintoresca, un museo municipal con horarios caprichosos, una colección de fachadas coloridas y un alma ingenuamente provinciana. Los niños le hablan de usted a los mayores, los negocios fían y en la calle no se sabe de dos personas que se encuentren sin saludarse. Se conozcan o no. Pero el encanto, si bien no termina, se agota pronto.

La grandeza del pueblo no está en sus restaurantes ni sus callejones, ni siquiera en el microclima tropical del que resultan mangos, papayas y un calor atípico para una región conocida por sus temperaturas bajo cero. Son los senderos que cubren la sierra donde se guardan los secretos del cañón de Batopilas. No hace falta recorrer distancias grandes para encontrar una misión del siglo XVIII, los vestigios de la antigua ruta de la plata o comunidades rarámuri de hombres con pies descalzos.

Cuando llego a La Yerbabuena, Ramón Figueroa ya me espera. Está sentado en un patio con la vestimenta tradicional rarámuri: huaraches de suela de llanta, blusa holgada y zapeta, un pedazo de manta blanca que se amarra a la cintura. Junto a su silla se pueden ver todas las herramientas necesarias para fabricar un violín profesional. Ramón es músico: toca el acordeón, la guitarra y los violines que hace con sus propias manos. Nunca estudió formalmente, pero tiene un oído privilegiado y un tío muy paciente. Fue él quien le enseñó a elaborar violines cuando tenía más o menos 11 años.

Desde entonces, hace ya varias décadas, no ha parado. La vida llevó a Ramón hasta Cremona, Italia, donde aprendió a fabricar estos instrumentos en la escuela de Stradivarius. Mientras cuenta su historia, el hombre de los violines se disculpa por el discurso trabado. “Qué va”, le digo, “ya quisiera yo hablar rarámuri como tú hablas español”. Ramón sonríe y sigue trabajando. En sus manos se encuentra uno de los violines más codiciados de México.

 
Ramón con uno de los violines artesanales que produce en la comunidad rarámuri de La Yerbabuena.

Ramón con uno de los violines artesanales que produce en la comunidad rarámuri de La Yerbabuena.

El río Batopilas a las afueras del pueblo con el que comparte nombre.

El río Batopilas a las afueras del pueblo con el que comparte nombre.

 

La misión de Satevó:
naturaleza e historia en el cañón de Batopilas

A orillas del río Batopilas, más o menos ocho kilómetros al sur, se encuentra Satevó. La comunidad no es muy grande pero es famosa por su misión, conocida como “la catedral”. En comparación con otras misiones del país la del Santo Ángel Custodio no es muy vistosa. Eso sí, lo que no presume en arquitectura lo compensa con sus paisajes. La caminata toma aproximadamente hora y media y es una de las actividades turísticas más famosas de Batopilas.

El recorrido está acompañado de quebradas y vale la pena por sí solo. A las postales, con algo de suerte, se suman aves y culebras. Es temprano y estoy listo para mi dosis sabatina de ejercicio. No llevo ni cinco minutos de caminar cuando un colega de Martín, en su troca, decide seguirle los pasos. “Te doy raite”, dice, “así te ahorras el tramo de ida”. Ni modo de decirle que no.

Cuando llegamos a la comunidad de Satevó todavía no son las ocho y media de la mañana. Me acerco a la misión, que solamente ofrece servicio los domingos, para descubrir un pueblo casi fantasma. Satevó no es especialmente agitado pero esta mañana no canta ni el gallo. “Es por el evento ése que hay en Batopilas”, dice Porfirio, un hombre al que conocí hace unos días y que encuentro en el camino de regreso al pueblo. Desde temprano la gente de las comunidades de la sierra se traslada a Batopilas. Los más afortunados van en la parte trasera de una troca, los demás caminan durante una hora o varias, con huaraches de suela de llanta o descalzos.

Porfirio lleva su zapeta y también una koyera, la cinta que los rarámuri se amarran a la altura de la frente para mantener el pelo en su lugar. A nuestro paso por el cañón escucho el saludo local al menos veinte veces. “Kuira”, dice Porfirio, y “kuira” nos responden todos. Nadie sabe con certeza de qué se trata el evento de Batopilas, pero todos quieren estar ahí. Gracias a un sistema de radios las comunidades de la sierra se enteran de los eventos del pueblo y cualquiera, sea una celebración o un mitin, sirve como pretexto para encontrarse con viejos camaradas y comer un plato de carne.

 
La misión de Santo Ángel Custodio, en Satevó, fue construida a mediados del siglo XVIII.

La misión de Santo Ángel Custodio, en Satevó, fue construida a mediados del siglo XVIII.

Porfirio con su zapeta, su koyera y sus huaraches de suela de llanta tradicionales.

Porfirio con su zapeta, su koyera y sus huaraches de suela de llanta tradicionales.

 

Lechuguilla tradicional:
Destilado de agave de la sierra de Chihuahua

En el cañón de Batopilas se toma lechuguilla. Es el trago tradicional de la sierra Rarámuri y se consume, según las memorias del pueblo, desde siempre. El destilado se produce con la piña de un agave que crece en la parte alta del cañón y recibe el nombre de lechuguilla. En las tiendas de Batopilas se puede comprar un litro por aproximadamente 200 pesos, pero lo mejor es comprar directo al productor. Esa idea es la que me lleva a la Mesa del Yerbanís, una comunidad que cuenta con un puñado de casas.

El Feo, como llaman en Batopilas al hermano de Martín, conoce a uno de los productores de lechuguilla y se ofrece a llevarme con él. No sé cuántos kilómetros recorremos en una hora y media de viaje, pero no deben ser muchos. El camino es de terracería, las vueltas son pronunciadas y aun con doble tracción, esta es una de esas carreteras que no cualquiera se atreve a manejar. Los árboles de mango se quedaron al pie del cañón. 1,200 metros más cerca del cielo, el aire es frío y la tierra huele a pino.

Cuando llegamos a Yerbanís encontramos a Manuel Jesús, junto con su hijo, en pleno proceso de destilación. No hay tanques de cobre ni máquinas embotelladoras. Si ni siquiera hay techo o paredes. Manuel Jesús aprendió el negocio de su abuelo y poco ha cambiado desde entonces. Su lechuguilla, elaborada con el agave homónimo, se produce en el campo con plantas que crecen de forma silvestre. La tatema se realiza en un horno de piedra rústico, la fermentación ocurre en pilas de roca y el destilado se practica con un barril artesanal sellado con el propio bagazo. Todo al aire libre.

El proceso se cuenta fácil, pero es lento y demandante. Los agaves necesitan al menos seis años para madurar y se necesitan aproximadamente 200 litros de mosto para producir diez de lechuguilla. “¿Cómo vas a vender el litro en apenas 100 pesos?”, pregunta El Feo. Manuel Jesús no parece muy convencido y accede, porque insistimos, en aceptar 50 pesos más por botella. El regreso coincide con el atardecer y paramos en el mirador de Yerbanís. Desde lo alto no se distinguen coches ni haciendas, ni siquiera se ven las vetas de las viejas minas. A orillas del río Batopilas solo se alcanza a ver un pueblo pequeño que la noche funde en la inmensidad de la sierra.

 
Destilación artesanal de lechuguilla en la Mesa de Yerbanís.

Destilación artesanal de lechuguilla en la Mesa de Yerbanís.

Carretera enredada que comunica a Batopilas con la Mesa de Yerbanís.

Carretera enredada que comunica a Batopilas con la Mesa de Yerbanís.

 

Tips de viaje:

  • El aeropuerto de Chihuahua capital sirve como puerta de entrada a las Barrancas del Cobre y la Sierra Madre Occidental en el estado. El aeropuerto se encuentra a 410 kilómetros de Batopilas y recibe vuelos directos de varias ciudades en México y el oeste de Estados Unidos.

  • Para llegar a Batopilas y moverse en el cañón es ideal rentar coche. Eso sí, la carretera es complicada. Es mejor manejar de día, sin prisa y con doble tracción.

  • Batopilas tiene un microclima tropical considerablemente menos frío que Creel. En invierno las temperaturas rondan entre 2 y 22 °C. En verano, que coincide con la temporada de lluvias, las temperaturas rondan entre 10 y 30 °C.

  • Los hoteles Copper Canyon Riverside Lodge y Casa Real de Minas de Acanasaina ofrecen hospedaje tradicional en edificios históricos de Batopilas. Riverside Lodge es mucho más ostentoso que Real de Minas, pero ambos tienen dejo rústico y son operados por familias locales.

  • El museo de Batopilas, en la plaza principal, ofrece un recorrido histórico del pueblo. La colección del museo cuenta con documentos del siglo XIX, fotografías de época y piezas ejemplares de artesanos locales.

Curiosidades:

  • Buena parte de la Sierra Madre Occidental en Chihuahua se conoce como la sierra Tarahumara. El término tarahumara proviene de un intento de hispanizar el nombre rarámuri, como se denomina a sí mismo el pueblo que habita la sierra.

  • En 2017, la presidencia municipal de Batopilas inauguró un mural del artista Omar Delval Apodaca con la historia del pueblo. En él se puede ver a personajes locales como Porfirio y Ramón.

  • Con casi 250 mil kilómetros cuadrados, Chihuahua es el estado más grande de México. Su superficie equivale a la de Austria, Irlanda y Portugal en conjunto.

  • El gentilicio del estado de Chihuahua y de la ciudad de Chihuahua es chihuahuense. Chihuahueño solo es el perro.

  • En buena parte de México pedir aventón es el término coloquial para solicitar transporte gratuito en un coche en ruta. La práctica, en otros países hispanoparlantes, también se conoce como hacer dedo, autostop, pedir la cola, pedir bola y coger botella.

 

PIES DE FOTO
1. Atardecer en el mirador de la Mesa de Yerbanís.
2. Culebra de agua (Thamnophis cyrtopsis) en el camino entre Batopilas y Satevó.
3. Vista crepuscular de la sierra Rarámuri en Chihuahua.
4. Cuaderno de contabilidad de la década de 1880 en el museo de Batopilas.
5. Fachada exterior del Copper Canyon Riverside Lodge en el centro de Batopilas.
6. Tina en una de las habitaciones del hotel histórico Riverside Lodge.
7. Edificio en ruinas de la viaje mina de Batopilas.
8. Horno bajo tierra para cocer el mosto del agave lechuguilla.
9. La misión de Santo Ángel Custodio es un punto de encuentro para la comunidad de Satevó.

 

¿Te gustó esta historia? Suscríbete al boletín de Don Viajes para recibir lo último en tu correo.

Publicado el 16 de marzo de 2021 por Marck Gutt | Don Viajes.
Última actualización: 16 de marzo de 2021.

Versión editada de una historia publicada en la revista V de Volaris, abril 2016.

El contenido de esta publicación es resultado de viajes realizados con el apoyo del Fideicomiso de Promoción Turística de Chihuahua.

Cuando reservas servicios por medio de algunos links en Don Viajes recibo una comisión. Los detalles y las letras chiquitas están disponibles en el apartado de reservas.