Los judíos o el prepucio: ensayo sobre la circuncisión masculina

Hace miles de años Abraham acordó con dios que, a cambio de descendencia, haría la circuncisión masculina a sus hijos. Por culpa de ese pacto literario, hoy yo no tengo prepucio. Estas palabras son una reflexión sobre la circuncisión judía y el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. ¡Mazl tov!

 
La celebración de mi circuncisión judía, conocida como Brit Milá.

La celebración de mi circuncisión judía, conocida como Brit Milá.

 

Hablemos de prepucios. Hagámoslo en el contexto norteamericano, en el que no son sino motivo de repudio y menosprecio. Hablemos del prepucio porque estamos tan instruidos en aborrecerle que la pura palabra nos antoja un disgusto. Somos pocos los que levantan la voz en pos de su defensa y muchos los que fuimos despojados de sensibilidad a causa de un pacto divino.

Prepucios tantos caídos, arrancados en nombre del fervor religioso y nociones inconclusas de higiene. Exhorto a todos aquellos que se retuercen del placer con las bondades de la interacción fálica a que pongamos un hasta aquí a los millones de prepucios que cada año son dejados a la suerte de un destino biodegradable.

La circuncisión masculina carece de justificación médica, al menos consensuada. Mientras unos arguyen que disminuye el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, otros argumentan precisamente lo contrario. En cambio, existe un acuerdo prácticamente unánime que sostiene que cerca del 80% del tejido removido cumple funciones erógenas.

En general, la circuncisión costumbrista es una práctica dolorosa en la que se remueve tejido innecesariamente. Cuando se suman los rasgos burdos del rito judío, la escena se convierte en un acto tan folclórico como tribal. Por eso, también, es importante que hablemos de la ausencia de prepucios y la circuncisión judía.

 
En brazos de mi mamá el día en que se celebró mi Brit Milá (en hebreo) o Bris (en ídish).

En brazos de mi mamá el día en que se celebró mi Brit Milá (en hebreo) o Bris (en ídish).

 

¿Qué es el Brit Milá o bris?:
Ritual tradicional de la circuncisión judía

El primero de los actos en la vida de un varón judío se lleva a cabo justamente a los ocho días de nacido. La ceremonia se conoce como Brit Milá (en hebreo) o Bris (en ídish). El nombre, en una traducción literal del hebreo al español, significa pacto de palabra. Ahora bien, pueden y posiblemente se pregunten, gentiles lectores, porqué se llamaría pacto de palabra a una rústica y muy artesanal cirugía rabínica. No se apuren, para eso está la biblia.

Abraham, el primer judío, quiere un hijo. Sara, su esposa, también. Entre rezos, promesas y el pasar del tiempo, no logran su cometido. Entonces, súbitamente, a dios se le ocurre una idea brillante: ofrecer a la pareja un número bestial de descendientes a cambio de un número bestial de prepucios cortados.

Cegado por sus deseos, Abraham pacta que todos los hijos de sus hijos y los hijos de sus hijos serán circuncidados a los ocho días de nacidos. ¿Y saben qué es aún peor? La cantidad de padres que, como los míos, tomaron de forma literal las palabras de un acuerdo rancio. Es prudente preguntar a los señores de la ley, creo yo, si en serio hay que respetar un tratado literario de hace miles de años.

Pregunto e invito a mis correligionarios a que lo hagan también: ¿qué culpa tengo yo de que Abraham quisiera ser padre y tuviera problemas de fertilidad? Yo quiero un departamento en la colonia Roma y no por eso soy capaz de comprometer el dedo meñique del pie derecho de mi hermana. Y según entiendo, ese ni funciones erógenas cumple. Volvamos al presente.

El festejo (y que conste que lo llamo así porque no es menos que una celebración con globos, música y canapés) comienza con el arribo de la criatura. Llenos de orgullo, los padres muestran en sociedad al enclenque que casi acaba de salir de la placenta y aún chorrea líquido amniótico.

Al recinto han sido invitados hermanos, abuelos, tíos, primos, amigos, compañeros de trabajo, el portero del edificio, la podóloga de confianza de la familia, la banda que musicalizará el evento y el loro Roberto de la abuela. Además, por supuesto, del fotógrafo que capturará los mejores momentos y del maestro de ceremonias que acompañará el evento con cantos litúrgicos y rezos judíos.

No puede faltar el mohel, como se conoce al experto en el oficio de cortar prepucios. Un hombre con buenas intenciones que, en la mayoría de los casos, no es médico. Hay quien ocupa su tiempo libre para leer, para patinar, para ver pájaros; no veo por qué no podemos ver con la misma naturalidad a quien emplea su tiempo libre en circuncidar recién nacidos.

Ahora, el acto de la circuncisión judía. Al bebé lo despojan de su ropa y le dan vino kósher. Dicta la tradición que no es de amigos usar anestesia. El niño está desnudo. Junto a él reposan las herramientas necesarias. La criatura llora. Los lugares preferentes corresponden a los padres, el fotógrafo y el mohel. La tensión crece. Un flashazo.

Con las mismas ansias esperan sentados de un lado hombres y del otro mujeres. Se respira morbo. Todos quieren presenciar el espectáculo, pero no hay cabida para ello. El espacio es limitado y tendrán que conformarse con imaginar la escena. La emoción aumenta. El llanto es cada vez más estruendoso. Otro flashazo. El niño se priva. Momento perfecto para gritar mazl tov, la felicitación por excelencia en hebreo.

Se respira regocijo y júbilo en el ambiente. Los consuegros se abrazan. Los invitados están alegres. La banda comienza a ejecutar “Hava Naguila”, la pieza musical que se ha convertido en el himno que caracteriza cualquier celebración judía. Entre todos se felicitan, se abrazan, se gozan. El motivo: el bebé está circuncidado. El llanto continúa.

El pueblo elegido tiene un prepucio menos del que preocuparse. El maestro de ceremonias (bien un rabino o un jazán, como se conoce a quien guía los cantos en las sinagogas) pronuncia el mensaje de despedida. Al terminar el sermón llegan las palabras que indican que es momento de proceder al desayuno: oif simjes, una expresión en ídish que significa “en alegrías” y que se utiliza en celebraciones y conmemoraciones para decir “que la próxima vez que nos veamos sea en fiestas”.

La banda tocará por una hora más éxitos de El violinista en el tejado y una selección especial del cancionero popular judío. Mientras, se servirán chilaquiles con crema y sin pollo (por eso de la comida kósher). De a poco, los asistentes se marcharán para continuar con el curso normal de sus vidas. Antes de partir, como agradecimiento, cada invitado recibirá una bolsita de celofán con cinco peladillas y una tarjetita en la que se lee: gracias por venir a mi Brit Milá.

Los judíos más ortodoxos recurren a los dientes como herramienta incisiva y los musulmanes realizan la circuncisión masculina a los 13 años. Usos y costumbres, dicen. Eufemismos para intervenir cuerpos ajenos. A mí me hubiera gustado decidir qué hacer o dejar de hacer con mi prepucio, pero llegué tarde. Su destino se escribió en el capítulo 17 del libro de Génesis.

¡Que nos veamos en fiestas!

 
Corte de prepucio en el Brit Milá, circuncisión judía que se celebra a los ocho días de nacido.

Corte de prepucio en el Brit Milá, circuncisión judía que se celebra a los ocho días de nacido.

Mohel practicando mi circuncisión en la ceremonia conocida como Brit Milá o Bris.

Mohel practicando mi circuncisión en la ceremonia conocida como Brit Milá o Bris.

 

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Publicado el 23 de febrero de 2021 por Marck Gutt | Don Viajes.
Última actualización: 23 de febrero de 2021.